miércoles, 15 de julio de 2015

Poesía y tiempo (Impromptus Bachelardiano) - II

(Texto leído en Junín, Buenos Aires, el 27 de marzo de 1998, en ocasión de la presentación de las Cuatro Plaquetas, de Ediciones Mínimos del Deseo
Las Plaquetas: de Alejandro Schmidt "Fumaba oro", de Raúl Esper "Frotar la lámpara", de Rodolfo Alvarez "Wharf Dwarf", y de Bob Dylan "Tarántula waves").

[Viene de post anterior...]

Quizás sea el momento de advertir que las líneas que hasta aquí he leído, tanto como las que siguen, son seguramente contingentes en sus desarrollos, y sumamente frágiles y rebatibles en sus aseveraciones. 

Sólo las rige el principio de Macedonio Fernández respecto de lo que él denomina una poemática del pensar especulativo, a la cual suscribo. Escribe Macedonio: "... nos preguntamos no qué inteligibilidad explica sino qué poesía justifica estos hechos".

Ahora prosigamos...


Manantiales del tiempo poético, los poemas de las cuatro plaquetas que presenta Ediciones Mínimos del deseo, sin embargo amasan su instante con modalidades diferenciales.



[I. El poema como metatiempo.]


Empezaremos por Alejandro Schmidt y su Fumaba oro.

La escritura de Alejandro tiene un cometido eminente: producir un hueco entre él y el poema... Mejor, entre él y el mundo de su poema. 
El poeta se hace presente, si; pero ausentándose del ahora de su poema, sosteniéndolo desde otro tiempo y, subrepticiamente, hace girar la lengua de sus versos desde un punto extranjeramente intrínseco.


las palabras que hace un rato me pediste
las saqué

de un túnel mojado y muerto

Es evidente que su poema no abreva en el instante sublime, completo; pero también lo es que no se regodea en alguna pura pérdida. Su resorte es el de cierta ensoñación, cierto resto... entre la pérdida y la captura. 

Y allí, en esa hendidura, piensa el poema... que el poema piensa sólo.

cada tanto sale ese otro buen poema
si se divierte o no
el sabrá
su bolsita de aplausos,
las orejas perfectas
todo lo demás
pero
no puede volver

La dimensión temporal podemos decir que es la de la cotidianidad.
Pero no la cotidianidad 
de-las-cosas,... tampoco la del alma. Su dimensión temporal es eso que traba la relación del alma a las cosas... 

Y no a las cosas presentes fácticamente, podríamos decir "físicamente": sino la estancia, la comparecencia, de lo irreprimible en las cosas... Nos preguntamos: ¿para dominar, mejor: domeñar, el apremio que en ellas acosa?

en una esquina
después de varias cuadras
despido al amigo
el frío progresa hacia el silencio

Entonces, la cotidianidad; pero no de la cotidianidad crasa, sino lo que de repente se nos aparece como una verdadera metafísica poética, elevada a lo cotidiano...


cuando llueve despacio
sale mi esposa a baldear
un acto simple
inútil
y para ella feliz
inexplicable
como la vida misma

Su poema no es ni particular ni genérico, es cierto; pero eso no le impide ser singular y universal al mismo tiempo: sus versos espacian (no espacializan) el tiempo de lo vivido... y su ser (mejor su destino) es latir... aletear como avecilla de respuesta, que solo es... partiendo.


la belleza que diste se perdió
la palabra exacta
tus piernas de vivir


[II. El poema como contratiempo]


Seguiremos con Raúl Esper y su Frotar la lámpara.

A diferencia de Alejandro, Raúl se pone a la cabeza de su poema, y pone su presente (el presente del poema) a sus pies
Su tiempo también es lo cotidiano; pero él le habla a su presente desde su cotidianidad, e inquiere a su cotidianidad desde su presente -ese presente de su poema.


Estas cadencias silenciosas como el vals
Estos pasos que no se animan a fingir eternidad

Zambullirse en la vida, hundirse en los días esos, y al mismo tiempo pedirle al poema una mano que lo salve... 

Se trata, en este caso, de una cotidianidad preñada de tiempos; de tiempos preñados de cuerpos; de cuerpos rodeados, merodeados, por una poblada soledad. 
El poema declara, exhibe, realiza, el cuerpo de su soledad.

Esta muerte a plazos, estas caricias
De la nada mármol y encías rotas
(...)
Da lo mismo
Si no es tu pelo el que regresa

Poblado y solitario, lleno de ausencias, el espacio del poema se abre a un tiempo esencial, infinito y efímero, soldado al ser y soldado de ese ser

Apretado al cuerpo, y apretando al cuerpo, tanto en su concretud como en su evanescencia... las dos caras de su mismo verso.

Fría la ciudad descansa
con el primer pezón de la noche

Hay algo de mostración, y mucho de protesta tanguera... Es el tiempo de lo vivido lo que espacializa (no espacia) al poema.

El tiempo del cuerpo modela al cuerpo del tiempo poético; y su ser es dispersión, temperie.

Miro como suceden los cuerpos
oigo un amago de sol
en medio de la noche...
Pero es inútil:
No hay respuesta


[III. El poema como transtiempo]


Es el turno de Rodolfo Alvarez y su Wharf Dwarf:

Si en todo momento el poema de Raúl se empeña en mostrar, el de Rodi esconde. Y no es él, sino el poema el que está escondido, escamoteado de sí mismo.

el largo estrecho de los empedrados raídos llora al final
esbozando el dignísimo bostezo que abraza con su baba
lo propio y lo ajeno a medida de nadie mientras sus tentáculos
macilentos de un ardor chamuscado ofrecen
la cálida ensoñación de todo lo que viaja y siempre
se queda

No hay alternativa: hay que ir a buscarlo en el envés de lo escrito, morando en un lugar que es ningún lugar, desde el cual profiere lo suyo. 

En ese lugar (que, repito, no es ningún lugar, sino tiempo que te espera) Rodi inventa imágenes solapadas que rodean la lectura, para enjabonar el sentido, para con prepotencia arrojarlo a espaldas de lo que se lee.

llorá si querés delizar
crují si la vena vuela
rotura
inflama la oriflama
es vieja

Muy del decir (en todo caso, de una literalidad parlante), el poema resuena como un eco del poema, e invita incesantemente a la voz, a atajarlo con la voz.

Decirecovoz; sonido.
Podríamos resumir afirmando que con Rodi el poema está en su música... cocinado en su propia música
Sólo que ella no es audible de por sí, hay que encontrarla en los pliegues literales -repetirla para llamarla; hacerse la voz para evocarla, para que se abroche a cada uno de sus pases, de sus compases...

un piano se destapa
y todos los que eran voces escondidas parlando
se zampan a livianos goteos
y hay la música
por fin
por fin francesco
hay la música
y esta vez es lo siempre

La música, en esencia esa cosa loca de decir sin decir palabra, aquí dice palabras para sonar poema: poema clandestino y a destiempo... no en otro tiempo sino en un tiempo-otro

Y su ser es resbalón y hallazgo: hallazgo en el resbalón y resbalón en el hallazgo.

Yo no sé qué maldorora sensación crujió entre tus viernes
Baby, sacáte los dientes y vení
Nunca estuvo tan lleno el planeta de los sueños bim bien
bom


[IV. El poema como 
pasa-tiempo]


Y arribamos a Bob Dylan y su Tarántula waves:

Aquí el poema avanza acompasadamente. No prepara su acontecimiento, no estalla; cierra todos sus poros, pretende no tener rugosidades ni defectos. 
El poema estira como un chicle lo que él es, y se aloja laxo en un tiempo romo.

hombres extraños con problemas de barriga & sus chicas deslumbrantes: zelda rata  cochina Betty & volcán la vagabunda  aquí vienen  están bastante aturdidos & han sido vistos llorando en la capilla  su amigo, que dice que todo el mundo llora mucho  es el congresal & guarda las instantáneas  su nombre es tapanga rojo (...)

El poema pasacosas (plano); el poema pasaseres (liso); el poema pasarestospasadesperdicios (chato). El poema pasapoema

Plano, liso, chato,... el poema se hace duración.

él estaba encaramado en la horqueta de un roble mirando para abajo cantando hay un hombre que anda por acá tomando nombres en verdad yo cabeceo un qué tal él cabecea devolviendo el qué tal bueno tomó el nombre de mi madre me dejó sufriendo yo, que sostengo un vaso de arena en una mano & una cabeza de ternera en la otra miro para arriba & digo tiene hambre? (...)

Bob Dylan no juega a nada, llena uniformemente su  poema, parejamente; pero es nuestra lectura la que de repente, deslizada sin cesar por el tobogán de la lengua, cae en el vacío. 

No cae al vacío, sino cae en el vacío de lo que el poema pasa... Puesto que si el poema se hace duración es para vaciarnos, para mostrar que lo que no tiene poros, que lo que salta de una imagen a otra sin fisura, sin espacio, llenándolo todo... es vacío.
Nos damos cuenta, de repente, que no es que en el poema no pase nada, sino que en él pasa nada.

los pies estaban entre las enaguas & fulano mengano & perengano pasaron & todos ellos gritaron... tenía labios tan chicos & tenía la boca inflamada & cuando me di cuenta de lo que había hecho, me tapé la cara/el tiempo es manejado por alguna enloquecida snob bastonera & sacando la lengua, dejando caer una gorra púrpura, ella se junta con un autobús, acaricia u crucifijo sangriento & está rogando que le roben el monedero en el callejón de la pólvora!(...)

El poema de Dylan, crítica de lo que vendría, nos vacía para alojar no su pregunta, sino la nuestra.

El tiempo liso, romo, del poema linda con el notiempo, y su ser es alarmainquietud.

no había ningún autobús para Baltimore/solo un
parquímetro con la mandíbula rota,
una lapicera llena de agua & un montón de viejas
fotografías de shirley temple
con una soga al cuello fue todo lo que pude encontrar


[V. Epílogo]


En fin, quizás no por casualidad son cuatro estas plaquetas, con sus poemas arrojados de modo tan diverso al tiempo... 

En todo caso, seguramente no fue el azar, sino la fortuna la que las reunió en esta edición... que aunque mínima, hace bien en ser del deseo.

Cuatro modos de amasar su instante, cabalgando en cuatro dimensiones distintas... 

¿Rosa de la palabra poética?... Rosa de la palabra: otoño de la hojas que el soplociclón de la poesía arranca al parco árbol del tiempo.

lunes, 4 de mayo de 2015

Poesía y tiempo - I (Impromptus Bachelardiano)

(Primera parte del texto leído en Junín, Buenos Aires, el 27 de marzo de 1998, en ocasión de la presentación de las Cuatro Plaquetas, de Ediciones Mínimos del Deseo. Cuatro selecciones de poemas: de Alejandro Schmidt "Fumaba oro", de Raúl Esper "Frotar la lámpara", de Rodolfo Alvarez "Wharf Dwarf", y de Bob Dylan "Tarántula waves").

¡Ay lo real!... Ese yugo de todos los yugos, que tarde o temprano nos anonadará, y al que sólo podremos intentar empardar temporariamente con picardías pírricas, con artilugios del bien que nunca se sabe adónde pueden llegar a parar, o con preguntas que superen por un momento la valla de nuestra pequeña estatura, y abreven, pequeños trozos de nada, en el corazón de otras mentes, como una especie de testimonio en una inefable carrera de postas...
Preguntas, no respuestas. Mejor: interrogantes.

Una manera eminente de interrogar lo real es la escritura.
La escritura puede, de un modo privilegiado, si no decir, al menos entredecir lo real.
Éste es un asunto muy vasto, que no pretendo acá elucidar (ni podría aunque lo pretendiera)... Alcanza, para mi propósito, plantear que si la escritura parece inquietar lo real es, en parte, por su relación compleja y problemática con respecto al tiempo.
Obviamente, ésto no quiere decir, de ninguna manera, que la relación de lo hablado con el tiempo sea cosa que se entienda de suyo, sólo que su complejidad diverge de lo escrito.
En efecto, si la palabra hablada está alienada al tiempo, es su súbdita, lo lleva pegado a su suela; la escrita, en cambio, lo suspende, lo reta: lo discute en tanto tiempo, y le discute en tanto tiempo otro... Desde su materialidad misma, enigmática por otro lado, incluso desde su facto, pone en entredicho fechas y calendario; no reconoce la cifra de sus lapsos, ni admite a ninguno de sus momentos como cerrados.

¿Cuándo un escrito es?: ¿cuando se lo escribe?... ¿cuando se lo lee?...
¿Cuál es su fecha?, ¿cuándo alcanza su eficacia?: ¿cuando ve la luz?, ¿cuando llega su hora de gloria?... ¿cuando se lo rechaza o deniega, o cuando se lo acepta y se lo integra socialmente?...
Es difícil definir el cuándo de lo escrito; puesto que en su tensión involucra, no sólo la voluntad que lo concibe, sino también la potencia de la lectura a la que aspira: pontífice de una verdad, lo escrito traza extraño y tenso lazo entre una subjetividad creadora concreta y su indeterminada y variada virtualidad leyente.
Se lo advierta o no, esta relación diversa con su otro que tiene el escribir respecto del hablar, implica una subversión de la temporalidad en juego.

Si hablar, además de ser un acto alienado al tiempo, es sujeción (relativa) al tiempo del otro, escribir es suspensión -no sólo del otro y su tiempo, sino del mismo ser de lo escrito. Y si bien esta suspensión está lejos de ser un rasgo de eternidad realizada, sí abreva (aunque siempre incómoda) en las diversas especies de lo infinito concreto: lo infinito de la espera; de la angustia de que no advenga su lector para enarbolar su pregunta, o que ésta cese de insistir; en fin, del olvido, el maltrato o la indiferencia social... Pero también del golpe por siempre repetido de la reedición, o de la vida dispersa de la cita.

Nos gana por un momento la certidumbre fácil de que, si hablar es estar en el tiempo, escribir es jugar a ser tiempo, a detenerlo, a renovarlo, a inventarlo.
En fin: quizás escribir sea tiempear.
Y una de las aves de lo escrito, la poesía, es la que tal vez nos lleve más directamente al corazón, al meollo, de esta relación paradójica entre escritura y tiempo.
Pregunta: ¿Es que se puede hablar de un tiempo específicamente poético?... Veamos.
La poesía trajina otro compás, otra pauta, que la de los hechos, ¡qué duda cabe!...
Su sesgo, oblicuo a lo vivido, se lo impone: sólo puede ser más que la vida adormeciéndola, irrealizando la dialéctica del acontecer, subvirtiendo la conciencia cotidiana que cataloga y ordena (paciente o impacientemente) las alegrías y las penas, los logros y los fracasos, lo benévolo y lo desgraciado.
Y si a veces se vale, en sus tácticas, de las nociones y juegos de lo cotidiano, aún de la historia, sin embargo, en su premisa estratégica siempre hallamos una sedición, no sólo contra los hechos, sino también contra los propósitos de la vida, contra sus certidumbres, y más profundamente contra sus tiempos.
Y si la realidad vivida se fundamenta en la flecha del devenir, en justificarse en su pasado y validarse por su futuro; la poesía, aún en su síncopa realista, gira alrededor de la producción de una simultaneidad de tiempos, de una condensación fecunda: muesca temporal donde el sentido, más que lograrse, se suelta.
Para lograrlo, la poesía amasa instantes.

La poesía puede jugar con la duración; puede malabarear con los tiempos del mundo (o de su mundo); puede impostar las advertencias, los antecedentes, los métodos y las demostraciones; pero es profundamente refractaria a ellos en su principio. Cuando se consuma, en cada uno de los instantes poéticos ella aparece como un rayo, y en su luz, en su apertura, expurga con sus palabras la huella de esos murmullos cotidianos, desarma y desalma a aquel a quien se dirige, y produce su asombro: su estocada temporal.
La poesía amasa instantes. Primero amasa su tiempo al de su otro, el lector, catapultando a ambos a un inefable impresente perfecto, decididamente neutro respecto de cualquier categoría que quisiera someterla a algún acaecer formal, incluso a aquel tiempo que anida en su expectativa, por obra del poema. Y allí, en momentos en que incluso se pierde de sí misma en la decriptación de quien la lee, es cuando resurge más dueña de su tiempo.

La poesía, entonces, amasa instantes para producir su instante.
Como dice G. Bachelard: el poeta destruye la continuidad simple del tiempo encadenado para construir un instante complejo, para unir sobre ese instante numerosas simultaneidades.
Produce un alto del tiempo ordinario para que se aloje en ella (ella misma indeterminada respecto de pasado, presente o futuro), un tiempo otro. Ese tiempo detenido (incluso en el sentido jurídico del término), que no sigue los recursos ni las medida de Cronos, es un tiempo vertical; mejor: un tiempo efecto, diverso del tiempo de la prosodia, que aunque no carece de rugosidades y complicaciones, es un tiempo dominantemente horizontal; podríamos decir: echado.

La poesía, por tanto, amasa instantes para producir su instante vertical, complejo, y pentagramáticamente vario.
Consuela, inquiere, reta; es sorprendente y  familiar; conmueve porque se conmueve, demuestra porque muestra, invita porque no falta a la cita...
Y si puede consistir en todas estas cosas a la vez es porque, más esencialmente, el instante poético descansa, en su clímax, en una tensión entre (tiempos) contrarios.
A esta concurrencia, a esta cita que en el instante poético se dan lo contrario y lo heterogéneo, y que está profundamente alejada de cualquier mixtura sincrética, muchas veces se la presenta como conflicto, o como dialéctica. No nos parece que se trate ni de una ni de la otra...
La poesía puede alojar el antagonismo, puede espiralarse en espasmos dialécticos... Pero aunque en sus polos, tanto el raciocinio como la pasión querrían mostrarla como antítesis (el primero como especulativa, la segunda como viviente), la poesía no consiste en su esencia en un conflicto, sino en una desgarradora ambivalencia (que al conflicto puede eventualmente alojar).
Más aún, la poesía es una erupción polimorfa, un agonismo sin superación ni síntesis, que va desde la patencia de una ambivalencia del alma, a la literalidad libertaria que en su artificio cobija al alma de esa ambivalencia.

Poco queda, entonces, de la vivencia temporal de la conciencia una vez que la poesía ha roto los diques convencionales que la encadenan a las palabras del día. Un orden nuevo, caótico y escurridizo, surge en ruptura con lo que (inspirados en Bachelard) podemos llamar los tres marcos vividos del tiempo: los marcos sociales (la referencia del tiempo propio al tiempo de los otros), los marcos fenoménicos (la referencia del tiempo propio al tiempo de las cosas), los marcos vitales de la duración (la referencia del tiempo propio al tiempo de la vida).

De pronto, ante su estocada, toda la horizontalidad rasa se disuelve.
La poesía se entregó, nos entregamos...
Se deja leer, nos lee...
El instante se yergue, erecto.
El tiempo no corre más.
Ya no dura: pulsa, brota.

[Sigue...]